viernes, 21 de agosto de 2009

De un joven de 76 a un anciano de 20

Querido Pancho:

No has vivido sino veinte años y ya te declaras cansado de vivir. ¿De qué puedes estar cansado? ¿De trabajar, de aprender, de jugar, de explotar el mundo? ¿O será de ganar nuevos amigos, de amar, de protestar contra las injusticias, o de hacer algo contra éstas? Convengamos en que apenas has tenido tiempo para hacer mucho de todo eso.

No puede ser que estés cansado de vivir. Es comprensible que un viejo solo, gravemente enfermo, aquejado de intensos dolores e incapaz de valerse por sí mismo, esté cansado de vivir: no espera nada placentero, no puede serle útil a nadie y es un estorbo para otros. Pero éste no es tu caso: eres joven, sano, listo y puedes esperar vivir tres cuartos de siglo en una época densa de sorpresas y de problemas desafiantes.

Tal vez sólo estés explorando sin brújula. Puede ser que no te hayan ayudado a buscar. ¿O será que te has extraviado en las honduras de la droga, buscando una felicidad instantánea pero efímera, ilusoria y egoísta?

¿O habrás estado leyendo literatura pesimista? ¿Te han envenenado Schopenhauer, Nietzsche, Hesse, Camus o Sartre? O confíes en estos escritores aunque te cautive su estilo. Ellos pensaban mal del prójimo y no tenían confianza en el futuro. Tal vez presentían que la mayor parte de su posteridad pensaría mal de ellos por intoxicar a la gente.

Cualquiera que sea la causa de tu hastío, piensa que la enorme mayoría de las gentes, incluso las que pasan hambre y humillaciones, siguen apegadas a la vida y esperan disfrutar mejor de ella. ¿Por qué? Porque la vida es hermosa, o al menos puede serlo a poco que uno se lo proponga cuente con alguna ayuda.

Sospecho que en algún momento has pensado suicidarte. Hay muchos motivos para suicidarse: fracaso luego de muchos años de vanas tentativas, soledad, vergüenza, dolor físico inaguantable, pérdida de toda esperanza, deseo de venganza, etc.
El suicidio más trágico es el de una persona joven que se siente acorralada, sin perspectivas, y que no tiene a quien recurrir. Pero éste no es tu caso, ya que tienes parientes y amigos que te quieren bien.

Casi todos hemos conocido individuos que amenazan suicidarse. Yo he conocido por lo menos tres. El último de ellos es un cuarentón a quien llamaré Patrick. Nunca nos vimos, pero durante la última década Patrick me ha estado haciendo intermitentemente llamadas desde los EE.UU.

Todas las veces Patrick me interrumpía la cena, endilgándome largos y elocuentes monólogos. Al principio yo intentaba discutir algunas de sus afirmaciones, pero Patrick se impacientaba. Dejé de interrumpirle porque intuía que el hombre estaba angustiado y desbrujulado, como dicen los franceses. Parecía que, más que dialogar, quería convencerse a sí mismo de su propia importancia.

Conociendo mis preferencias, Patrick se me había anunciado como físico, neurobiólogo y filósofo. Pero terminó admitiendo que era un autodidacta. Ni siquiera había comenzado la escuela secundaria, porque sus padres le habían considerado un niño prodigio y le habían puesto tutores privados.

Todas las veces, Patrick me anunciaba sus presuntos progresos en la ejecución de un ambicioso proyecto titulado Teoría General de las Ideas. Este pretendía abarcar las ideas de todo tipo, desde lógica hasta la historia.

En su última llamada, Patrick me informó que había llegado a la conclusión de que jamás podría terminar su magna obra. Para peor, a fin de llevar a cabo ese trabajo de largo aliento, había dejado de trabajar. Se había mantenido gracias a préstamos de parientes y amigos persuadidos por su brillante retórica.

En suma, Patrick era un protectista fracasado, endeudado y finalmente avergonzado. En vista de su fracaso, su desesperanza y su vergüenza, había resuelto suicidarse. Me llamaba para despedirse. He aquí el diálogo que siguió a esa declaración tremenda:

- No haga eso. La vida es hermosa
- No lo es para mí
- Comprendo que no lo sea en este momento, pero a su edad es posible comenzar una vida nueva
- No veo porvenir para mí. Mi gran proyecto resultó puro humo. Ya no tengo alicientes para seguir viviendo.
- Tal vez, pero usted puede ayudar a vivir a otros.
- No tengo a nadie, salvo mi gato. Mis padres han muerto y mis amigos me rehúyen porque no creen en mí y porque les debo dinero.
- En el mundo hay millones de desamparados a quienes usted podría ayudar
- ¿Cómo?
- Ofrezca sus servicios a una de tantas organizaciones benévolas que se ocupan de socorrer huérfanos, inválidos, sin techo, desocupados, refugiados, perseguidos políticos o los meramente desgraciados, como usted mismo.
- Nadie me emplearía, ni siquiera a cambio de casa y comida.
- ¿Por qué dice esto?
- Porque tengo un carácter inaguantable. Tan es así que yo mismo no me emplearía.
- Nunca se sabe. Al menos, inténtelo. Nada perderá con hacer la tentativa.
- No tengo esperanzas. Todo lo veo oscuro. Mejor me mato y así termino con mis problemas insolubles que no interesan a nadie.
- El suicidio es la solución fácil. Una persona inteligente como usted debería hacer frente al desafío en lugar de huirle.
- Para usted es fácil decirlo. Si usted estuviera en mi situación, no lo diría.
- Sí lo diría, porque mi divisa es: disfruta la vida y ayuda a disfrutarla. Quien no puede ser feliz debería intentar aliviar la desgracia ajena. Es un deber. Es su deber.
- Yo no debo nada a nadie.
- No es, verdad. Usted mismo me dijo hace un rato viviendo a costillas de parientes y amigos que creían en usted.
- Es cierto. Pero no me siento acreedor de ellos, porque podrían haberme advertido que yo tenía delirios de grandeza.
- ¿Cómo podían saberlo, si sus padres proclamaban que usted era niño prodigio destinado a ganar el Premio Nobel y si usted mismo pasó años haciéndose propaganda?
- Puede ser, pero no me convenzo. Adiós para siempre.
- Un momento. Hasta ahora usted ha usado y abusado de sus derechos. Se ha comportado como un niño consentido: un egoísta perfecto. Es hora de que se haga hombre y cumpla sus deberes.
- Lo pensaré, pero dudo que cambie de parecer.
- Pues piénselo y hágame saber lo que ha decidido.
- De acuerdo, pero, de todos modos, me despido.
- Adiós.

Pasaron varios días y Patrick no llamaba. Finalmente me llegó una carta suya. La resumo: “Usted tenía razón. He hallado cómo ser útil a mis semejantes. Gracias.”
Aquí termina mi historia verídica, querido Pancho. Espero que te sirva de algo.

Espero que hagas un esfuerzo desmesurado y te pongas a ejercer plenamente el fascinante oficio de Vivir, de disfrutar de la vida y ayudar a otros. Te lo digo con pasión y con envidia. ¡Quien tuviera medio siglo menos, como lo tienes tu!


Por Mario Bunge, 1996

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